Valentina Palma, al momento de su detención, el pasado jueves en Atenco Foto Mario Antonio Núñez
por: BLANCHE PETRICH
Desde Chile, después de ser expulsada de México, Valentina Palma analiza con sus abogados tres demandas: una para exigir su derecho a concluir su carrera de cinematografía en México; otra penal, contra la corporación policiaca que la detuvo en Atenco, la golpeó, maltrató y abusó sexualmente de ella, y una tercera contra el Estado mexicano por deportación ilegal. Pero sobre todo, a cinco días de haber vivido la experiencia más aterradora de su vida, sostiene: ''Puedo decirlo con absoluta certeza: a varias chavas arrestadas en Atenco, con las que compartí cerca de 12 horas de prisión en Almoloyita, las habían violado durante el traslado del lugar de arresto al penal. Más de cinco, sin duda''. La estudiante chilena lamenta que las autoridades mexicanas califiquen de ''mentiras'' y ''estrategia'' las denuncias sobre estas violaciones y torturas: ''Las chavas que yo vi lloraban mucho, estaban ensangrentadas, tenían la ropa desgarrada. Una llevaba los calzones rotos; la entrepierna del pants de otra estaba totalmente descosida. Nadie decía la palabra violación, pero eso es natural. Las mujeres, cuando salen de un episodio así, lo bloquean. Y no quisieron que las revisara el médico legista. Una lo expresó así: 'ya me metieron mano, no voy a ir a abrirme de piernas para que me esculque otro más'. Porque no había una doctora; era un médico sin sensibilidad y en extremo malhumorado''. La estudiante del Centro de Capacitación Cinematográfica no acepta el alegato de uno de los funcionarios que participaron en su expulsión, quien le dijo que había estado en el lugar menos apropiado y en el momento menos indicado. ''La profesión que yo estudio, video documental, implica estar ahí, en el lugar menos apropiado y en el momento menos indicado, para registrar lo que pasa.'' El suyo es parecido a aquellos testimonios que en los 70 los mexicanos escuchábamos en el Chile de Pinochet. Pero esto le ocurrió a una chilena en México, apenas la semana pasada: ''Oí por la radio que en Atenco habían matado a un muchachito de 14 años. Decidí tomar mi cámara e ir a grabar; es la tendencia natural de alguien que busca ser una profesional en esto de documentar lo que pasa. Llegué al pueblo como a las 8 de la noche del miércoles. Estuve grabando las guardias que organizaba la gente. Luego me fui a la plaza. Ahí estaba, ya medio adormilada, cuando empezaron a tañer las campanas y a dar voces de que estaba entrando la policía. Volví a los puestos de guardia, grabé el ir y venir de las bicicletas, de la gente informando en todos los puestos. Cuando empezó el ataque guardé mi cámara y me fui a refugiar a la biblioteca, frente a la iglesia. Ilusamente pensé que podía esperar ahí a que se calmaran las cosas. Entraron dos muchachos que no conocía y estábamos esperando cuando llegó la policía. Dos me tomaron de los brazos, mientras otros dos me golpeaban. Eran de uniforme azul. Supongo que eran de la policía municipal. A las mujeres nos daban toletazos en pechos y nalgas. ''Nos llevaron a un costado de la iglesia, donde ya había muchos detenidos, y nos obligaron a arrodillarnos; nos seguían golpeando. Cuando sonó en mi mochila mi celular, un policía ordenó que me registraran. Me robaron todo: documentos, mi material, la cámara. Luego nos subieron a una camioneta. No pude ver de qué color era, pero era grande. Me arrojaron sobre unos cuerpos ensangrentados. Uno de los uniformados me ordenó que pusiera la cara contra el piso, pero había un charco de sangre. Como me resistí aplastó mi cabeza con su bota. Ahí empezó el abuso sexual''. El traslado duró de las ocho de la mañana hasta las tres o cuatro de la tarde. Un recorrido incierto y horas de tortura continua. ''Me insultaron, me manosearon todo lo que quisieron. Yo era la única mujer. Fue una violación, aunque no hubo penetración. Nos ordenaban permanecer inmóviles. A mi lado venía un viejito que gemía y pedía piedad. Su cara era una sola costra de sangre. Traté de tocarlo y me golpearon. No puedo quitármelo de la cabeza, iba muy mal.'' Cuando llegaron al penal y los bajaron del autobús, Valentina llevaba los pantalones a las rodillas y el cuerpo manchado de sangre, propia y ajena. Al llegar a Chile, lo primero que hizo su madre fue llevarla a un reconocimiento médico. El informe de los galenos describe numerosos moretones en nalgas, senos y posible fractura de costillas. Durante las horas de detención, en México, también fue revisada por varios médicos legistas, pero ninguno le entregó su reporte. Al bajar de los camiones ''nos taparon la cabeza y nos hicieron pasar entre dos hileras de policías que nos pateaban. Nos separaron a hombres de mujeres. Ahí vi a una policía y me dije gracias, al fin. Pero ella apenas me vio dijo: 'déjenme a esta perra', y me empezó a golpear con las manos en los oídos. Cuando me ingresaron fue cuando vi a las chavas con los pantalones y la ropa interior rotos, llorando mucho. Eramos 25 o 30 mujeres, muchas en shock. Conozco esa reacción, la crisis después de un episodio de violación. Al menos dos sufrieron violación con penetración, aunque nadie pronunciaba esa palabra. Una contó que el hombre que la agredía le ordenó decirle jinete y se burlaba. Las custodias nos preguntaban si habíamos sido violadas, como si supieran.'' Después de 12 horas en Almoloyita, Valentina, junto con dos españolas, fue trasladada a Toluca, luego al centro de detención migratoria de Iztapalapa y finalmente al aeropuerto. A las siete de la tarde del día 5, amigos y familiares interpusieron un amparo contra su deportación. A pesar de ello, a las 11 de la noche fue subida a un avión, junto con su compañero, el estudiante de antropología Mario Aguirre, y ambos trasladados a Santiago de Chile sin una declaración oficial de deportación ni algún otro documento de por medio. Pero para Valentina éste no es el final: ''Más allá de mi deportación ilegal, contra la que voy a luchar, denuncio desde aquí que en Atenco hubo abusos y violación contra mujeres como una arma de represión''.
Martes 9 de mayo de 2006
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