cosas poco importantes


las cosas poco importantes que hacemos son más...
visitar un blog, por ejemplo.
esbozar una sonrisa, tal vez.
encontrar, con sorpresa, nuevas utilidades para el codo.
o animarse a pegarle una patada al tedio. no sé.



y tus cosas poco importantes, cuáles son?

advertencia




Yo no permito que nadie me diga
Que no comprende los antipoemas
Todos deben reír a carcajadas.
Para eso me rompo la cabeza
Para llegar al alma del lector.
Déjense de preguntas.
En el lecho de muerte
Cada uno se rasca con sus uñas.
Además una cosa:
Yo no tengo ningún inconveniente
En meterme en camisa de once varas.

(Nicanor Parra - Chile)

yo pecador




Yo galán imperfecto
Yo danzarín al borde del abismo,
Yo sacristán obsceno
Niño prodigio de los basurales,
Yo sobrino - yo nieto
Yo confabulador de siete suelas,
Yo señor de las moscas
Yo descuartizador de golondrinas,
Yo jugador de fútbol
Yo nadador del Estero las Toscas,
Yo violador de tumbas
Yo satanás enfermo de paperas,
Yo conscripto remiso
Yo ciudadano con derecho a voto,
Yo ovejero del diablo
Yo boxeador vencido por mi sombra,
Yo bebedor insigne
Yo sacerdote de la buena mesa,
Yo campeón de cueca
Yo campeón absoluto de tango
De guaracha, de rumba, de vals,
Yo pastor protestante
Yo camarón, yo padre de familia,
Yo pequeño burgués
Yo profesor de ciencias ocultas,
Yo comunista, yo conservador
Yo recopilador de santos viejos,
(Yo turista de lujo)
Yo ladrón de gallinas
Yo danzarín inmóvil en el aire,
Yo verdugo sin máscara
Yo semidiós egipcio con cabeza de pájaro,
Yo de pie en una roca de cartón:
Háganse las tinieblas
Hágase el caos, háganse las nubes.
Yo delincuente nato
Sorprendido infraganti
Robando flores a la luz de la luna
Pido perdón a diestra y siniestra
Pero no me declaro culpable.

(Nicanor Parra - Chile)

un país de piedra

Quiero un país. Pero la historia de mi país no responde. Quiero pensar que aquí, un día, será posible vivir sin trampas, sin fantasmas, sin fieras. Quiero vivir en un país, no en un trozo de territorio parcelado en haciendas modernas llamadas bancos de solidaridad política. Quiero vivir en un país que modere la eficacia y desmenuce su deuda para saber cómo se repartió la estafa capital.
El Ecuador es un país sin eje. No gira. No se mueve. Su sistema democrático está manchado de elecciones libres de ética. Su columna estatal está paralítica. El soborno a una sociedad atrasada en ideas emancipatorias es cada día peor. El país no se mueve. Los giros políticos no responden a la renovación de un sistema participativo sino a los intereses del parasitismo político. No nos hemos actualizado en nada. Las “ideas” arman discursos que no se compadecen de la realidad social. Han convertido la pobreza en musa. La pobreza es una postal, una foto de la insalubridad pública. La pobreza es el negocio de la democracia latinoamericana. Todos osan combatirla. Todos quieren evaporarla. Pero hacerlo es un riesgo peligroso. Muy peligroso. El negocio democrático terminaría. Las causas sociales del populismo de las elites sería enterrado en el mismo sitio donde un día la tierra expulsó el líquido vital del Ecuador: el petróleo.
Ah el petróleo. El oro negro. Esa sustancia escatológica del mercado mundial. No nos sirve. O nos sirve para creer que somos ricos. Y que nuestra pobreza es una foto mal tomada, mal revelada y peor exhibida. Quiero un país pero el que tengo no es un país. Es un retrato hablado de un criminal en serie llamado voto obligatorio. Es un girón de tierra que no pare hijuelos de fruta virgen sino fantoches sin vergüenzas. En fin, un país en ciernes de morir ante la ausencia de un giro radical y en serio.Quiero un país que piense en su camino y que olvide su pasado. Que se sacuda del criollismo político engendrado en la colonia y perfeccionado en la república. Que destape las alcantarillas del caserón partidocrático y derrame el excremento del silencio cómplice por los canales de la farsa.
Quiero un país rebelde y una gente sin miedo aprendido. Quiero un país que acuda al parto múltiple de la vida y la lucha.
Quiero un país que examine su pasado y localice el tronco fundacional de su desgracia. Que rastree su pasado y ubique el abolengo de la muerte.
Quiero un país sin falsas glorias. Sin héroes. Sin fechas que clasifiquen la ficción de una historia aprobada por el criollismo postcolonial.
Quiero un país que rompa la esclavitud y la vergüenza de ser hijos, también, de la chingada criollista.
Es un país lejano, lo sé; pero sueño.
La construcción de un país así tardará porque tarde ha llegado la hora de buscar las piedras que alzarán la obra de la buena suerte. Porque tarde ha llegado la sombra de un sol que se impone.
Las piedras están en todas partes. Hay que reunirlas, pulirlas, pegarlas.
Quiero un país de piedra. Duro. Liso. Altísimo.


Carol Murillo Ruiz
Periodista y escritora ecuatoriana
15 de octubre, día de elecciones presidenciales en el Ecuador

caras y caretas

Eduardo Galeano

¿Cristóbal Colón descubrió América en 1492? ¿O antes que él, la descubrieron los vikingos? ¿Y antes que los vikingos? Los que allí vivían, ¿no existían?
Cuenta la historia oficial que Vasco Núñez de Balboa fue el primer hombre que vio, desde una cumbre de Panamá, los dos océanos. Los que allí vivían, ¿eran ciegos?
¿Quiénes pusieron sus primeros nombres al maíz y a la papa y al tomate y al chocolate y a las montañas y a los ríos de América? ¿Hernán Cortés, Francisco Pizarro? Los que allí vivían, ¿eran mudos?
Nos han dicho, y nos siguen diciendo, que los peregrinos del Mayflower fueron a poblar América. ¿América estaba vacía?
Como Colón no entendía lo que decían, creyó que no sabían hablar.
Como andaban desnudos, eran mansos y daban todo a cambio de nada, creyó que no eran gentes de razón.
Y como estaba seguro de haber entrado al Oriente por la puerta de atrás, creyó que eran indios de la India.
Después, durante su segundo viaje, el almirante dictó un acta estableciendo que Cuba era parte del Asia.
El documento del 14 de junio de 1494 dejó constancia de que los tripulantes de sus tres naves lo reconocían así; y a quien dijera lo contrario se le darían 100 azotes, se le cobraría una pena de 10 mil maravedíes y se le cortaría la lengua.
El notario, Hernán Pérez de Luna, dio fe.
Y al pie firmaron los marinos que sabían firmar.
Los conquistadores exigían que América fuera lo que no era. No veían lo que veían, sino lo que querían ver: la fuente de la juventud, la ciudad del oro, el reino de las esmeraldas, el país de la canela. Y retrataron a los americanos tal como antes habían imaginado a los paganos de Oriente.
Cristóbal Colón vio en las costas de Cuba sirenas con caras de hombre y plumas de gallo, y supo que no lejos de allí los hombres y las mujeres tenían rabos.
En la Guayana, según sir Walter Raleigh, había gente con los ojos en los hombros y la boca en el pecho.
En Venezuela, según fray Pedro Simón, había indios de orejas tan grandes que las arrastraban por los suelos.
En el río Amazonas, según Cristóbal de Acuña, los nativos tenían los pies al revés, con los talones adelante y los dedos atrás, y según Pedro Martín de Anglería las mujeres se mutilaban un seno para el mejor disparo de sus flechas.
Anglería, que escribió la primera historia de América pero nunca estuvo allí, afirmó también que en el Nuevo Mundo había gente con rabos, como había contado Colón, y sus rabos eran tan largos que sólo podían sentarse en asientos con agujeros.
El Código Negro prohibía la tortura de los esclavos en las colonias francesas. Pero no era por torturar, sino por educar, que los amos azotaban a sus negros y cuando huían les cortaban los tendones.
Eran conmovedoras las Leyes de Indias, que prote-gían a los indios en las colonias españolas. Pero más conmovedoras eran la picota y la horca clavadas en el centro de cada Plaza Mayor.
Muy convincente resultaba la lectura del Requerimiento, que en vísperas del asalto de cada aldea explicaba a los indios que Dios había venido al mundo y que había dejado en su lugar a San Pedro y que San Pedro tenía por sucesor al Santo Padre y que el Santo Padre había hecho merced a la reina de Castilla de toda esta tierra y que por eso debían irse de aquí o pagar tributo en oro y que en caso de negativa o demora se les haría la guerra y ellos serían convertidos en esclavos y también sus mujeres y sus hijos. Pero este Requerimiento de Obediencia se leía en el monte, en plena noche, en lengua castellana y sin intérprete, en presencia del notario y de ningún indio, porque los indios dormían, a algunas leguas de distancia, y no tenían la menor idea de lo que se les venía encima.
Hasta no hace mucho, el 12 de octubre era el Día de la Raza.
Pero, ¿acaso existe semejante cosa? ¿Qué es la Raza, además de una mentira útil para exprimir y exterminar al prójimo?
En el año 1942, cuando Estados Unidos entró en la guerra mundial, la Cruz Roja de ese país decidió que la sangre negra no sería admitida en sus bancos de plasma. Así se evitaba que la mezcla de razas, prohibida en la cama, se hiciera por inyección.
¿Alguien ha visto, alguna vez, sangre negra?
Después, el Día de la Raza pasó a ser el Día del Encuentro.
¿Son encuentros las invasiones coloniales? ¿Las de ayer, y las de hoy, encuentros? ¿No habría que llamarlas, más bien, violaciones?
Quizás el episodio más revelador de la historia de América ocurrió en el año 1563, en Chile. El fortín de Arauco estaba sitiado por los indios, sin agua ni comida, pero el capitán Lorenzo Bernal se negó a rendirse. Desde la empalizada, gritó:
-¡Nosotros seremos cada vez más!
-¿Con qué mujeres? -preguntó el jefe indio.
-Con las vuestras. Nosotros les haremos hijos que serán vuestros amos.
Los invasores llamaron caníbales a los antiguos americanos, pero más caníbal era el Cerro Rico de Potosí, cuyas bocas comían carne de indios para alimentar el desarrollo capitalista de Europa.
Y los llamaron idólatras, porque creían que la naturaleza es sagrada y que somos hermanos de todo lo que tiene piernas, patas, alas o raíces.
Y los llamaron salvajes. En eso, al menos, no se equivocaron. Tan brutos eran los indios que ignoraban que debían exigir visa, certificado de buena conducta y permiso de trabajo a Colón, Cabral, Cortés, Alvarado, Pizarro y los peregrinos del Mayflower.



Eduardo Galeano, publicado en www.jornada.unam.mx

la película de la reina

Efigenia Ramos Rolim es una mujer de 74 años, nacida en un pueblo de Minas Gerais, en Brasil. Hace 15 años que vive en la ciudad de Curitiba, en el Estado de Paraná; donde llegó con sus nueve hijos a cuestas y un marido enfermo. A los 60 años, después de enviudar y criar a sus hijos, se convierte en una artista popular.
Según cuenta, su transformación se debe a que, en un momento de desasosiego, ve un objeto brillante tirado en la calle; lo confunde con una joya, lo levanta del suelo y descubre absorta que era un papel de caramelo.
Este papel de caramelo, “un mísero caído”, es el que le abre un mundo nuevo. Efigenia se ve reflejada en este papel de caramelo tirado; ella misma es “los que perdieron el relleno”, y a partir de allí encuentra una misión en su vida. La poeta escondida aflora; decide vestirse con los restos de lo que la gente arroja a la basura y se transforma así en una reina, LA REINA DEL PAPEL DE CARAMELO. “Eu fiz esta roupa com tanto capricho, dizem que estou louca porque visto lixo” canta por las calles de Curitiba. No diferencia si está en una exposición en el mayor museo de la ciudad o en una población humilde; su decir va con ella y sabe que su destinatario son los otros, los miserables, los caídos, los que perdieron el relleno.
Efigenia canta y cuenta sobre sí misma, salta, ríe, baila, es todo energía; quien la ve de lejos puede pensar que está loca, pero quien se acerca, puede ser tocado por su influjo, por su mundo mágico de palabras que inventa, reyes y princesas, seres que no puedenamarse por diferencias sociales. Efigenia logra que la basura sea bella, porque ella lo es.-Cuando yo sea vieja voy a descansar –dice.
-¿Y cuándo va a ser vieja, usted?
- Más o menos a los 100 años.
visita a Efigenia:

carta

te escribo en una hojita de papel
caída del cuaderno del hijo
con una vaca un burro
sumas restas
esta carta que te enviaré jamás
tiene delicias y tristezas
y cuando la leías
te ponías muy dulce
porque yo no escribía nada
pero cantaban los pájaros
azules de la izquierda
volaban a tu sombra y callaban
con los ojos abiertos
como memorias en la noche

(juan gelman - argentina)

el niño, el buitre y el cerdo


Por Sergio Ramírez *


Quizá no hay otra fotografía más famosa en el mundo contemporáneo que aquella de Kevin Carter, con la que ganó el Premio Pulitzer en 1994, en la que un buitre vigila pacientemente a un niño agonizante de desnutrición en algún tramo del desierto del Sahara, en Sudán. Nunca se ha dejado de discutir sobre esa foto en los cónclaves de defensores de los derechos humanos y en las escuelas de periodismo, para buscar cómo dilucidar la posición ética del que tiene que informar. Se aprovecha del horror o lo evita. Ahuyenta al buitre o toma la foto.
Y hay otra, no menos dramática, tomada en las vecindades del volcán Casitas, en el occidente de Nicaragua, después de que el huracán Mitch devastó al país en 1999. En el mar de lodo que quedó después del alud que bajó del volcán, el cadáver de un niño desnudo es acechado por un cerdo. Igual que el niño agonizante y el buitre, no hay nada más que ellos dos en la foto, el niño muerto y el cerdo. Con la memoria de esa foto cierro mi novela Mil y una muertes, que tiene por personaje precisamente a un fotógrafo.
Pero hay una última de este mismo año, que difiere de las anteriores. El fotógrafo Chris Anderson carga sobre sus espaldas a una anciana desvalida, para evacuarla de la aldea de Aitaroun, en Líbano, que se halla bajo el fuego de la artillería israelí, mientras otra anciana camina trabajosamente a su lado. Aquí su opción fue distinta. Prefirió ayudar a la anciana que tomar su foto entre los escombros, abandonada a su suerte.
No es tan sencillo afirmar que se trata de dos propuestas contradictorias, una que es ética y la otra no. Hay quienes dicen, para paliar la imagen de insensibilidad que pesa sobre el fotógrafo Carter, que tras conseguir la foto ahuyentó al buitre y sacó al niño del escenario, pero esto tampoco resuelve el problema. El gran debate regresa a su punto de origen y tiene que ver con el papel de quien se halla en el lugar de los hechos para informar. Y tiene que ver también con el papel del artista frente a su modelo. ¿El buitre es el que está en la foto esperando la muerte del niño, o el buitre es el fotógrafo, un buitre profesional? El artista, que como ha dicho Vargas Llosa, vive de la carroña.
Flaubert defendía la absoluta neutralidad de ese artista que se topa de pronto con una composición plástica que le ofrece la propia vida y no puede despreciarla. No opina sobre ella, no entra a hurgar en sí mismo acerca de la justicia moral de lo que contemplan sus ojos. Ve la oportunidad de consumar su papel de artista, nada más. Sólo ve “motivos o pretextos de la naturaleza rica en variedades de crueldad y maravilla, destinados al ojo”.
En Mil y una muertes, Castellón, mi fotógrafo, oculto tras las cortinas de una ventana, retrata el cadáver de su hija y de su yerno que acaban de ser acribillados a tiros en la calle por la Gestapo, cuando están por ser conducidos al gueto de Varsovia. El niño Rubén, su nieto, se ha quedado contra un muro, aturdido por el terror, y también sale en la foto.
La neutralidad, como generadora de arte, y por tanto de belleza, que derrota a los sentimientos o los congela. Porque lo terrible también es bello, si es capaz de conmover. Si el artista ahuyenta al buitre, o al cerdo, y los saca de cuadro, no hay obra de arte. Si el anciano fotógrafo que atisba desde la ventana baja corriendo al oír los disparos antes de tomar la foto, la magia de que es capaz el artista desaparece.
Anderson se perdió de tomar la foto de una anciana desvalida entre las ruinas de lo que hasta hacía poco había sido su hogar, pero en cambio otro fotógrafo encontró su propia oportunidad al retratar a Anderson cargando a la anciana. La piedad, queda visto, también es bella, como lo es el horror. Pero es la piedad registrada por la cámara, que en términos de arte no existiría sin ese registro. Y más allá de la neutralidad que impide escoger entre tomar la foto o no tomarla, el grito de dolor de Castellón será, precisamente, esa foto. ¿No es ésa su manera de involucrarse?
¿Se trata, entonces, realmente de insensibilidad? ¿Quién dice que una imagen de ésas, la del niño frente al buitre o frente al cerdo, no va a ser multiplicada en todo el mundo y tendrá consecuencias de advertencia acerca de los abismos de injusticia que, en lugar de cerrarse, se abren cada vez más? Una foto es capaz de decirlo todo. El niño no representaría esa advertencia solo. Necesita a su lado al buitre.
La belleza siempre está contaminada, nada ocurre por separado. El cuchillo tiene un doble filo igualmente cortante, uno para la crueldad, otro para la compasión. “En el destrozado cementerio se veían esqueletos casi podridos mientras los árboles balanceaban sus frutos dorados encima de nuestras cabezas. ¿No sientes lo completo de esta poesía y cómo supone una gran síntesis?”, dice Flaubert en una carta a Louise Colet.
El niño y el buitre, el niño y el cerdo. El padre frente al cuerpo de su hija asesinada. El olor de los azahares junto al olor de los cadáveres, el gusano en la rama florida, pero los dos filos en armonía dentro del todo que es el cuchillo mismo.
Al fin y al cabo, el artista no es responsable del horror. No lo produce. Y no puede dejar de hacer su oficio, que es registrarlo.

* Escritor y ex vicepresidente de Nicaragua. Autor de Sombras nada más y Adiós muchachos, entre otras novelas. De La Jornada de México. Especial para Página/12.
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