Lo prohibido está arraigado en la mente del que quiere prohibir, y las prohibiciones de ver, de leer, de oír, resultan siempre en actos arbitrarios, y no son sino muestra de la intolerancia y la falta de respeto a la manera de pensar de los demás. Es una manera de castrar el pensamiento, porque las películas, los cuadros, los libros, las piezas musicales, resultan de la mente, que es dueña de la razón y de la imaginación. Que una obra sea pornográfica, o irreverente, o antirreligiosa, o dañina a las reglas de conducta social, ha sido siempre el viejo alegato. Porque un fiscal creía que Madame Bovary era una obra que llamaba a las mujeres a ser adúlteras, es que se quiso condenar en juicio a Flaubert.
En Berlín, en el sitio donde los nazis encendieron la pira de libros prohibidos, una manera de querer pegarle fuego a la razón, y a la imaginación, existe ahora un bello monumento que no se ve desde ningún ángulo de la plaza. Uno tiene que acercarse a un panel de vidrio en el suelo, debajo del cual hay una habitación desierta rodeada de estantes de libros, pero sin libros.. La moraleja es que cuando se comienza prohibiendo libros, se termina quemándolos. Se termina en el vacío.
¿Y quiénes son los censores, los que no quieren dejar ver, ni oír, ni leer, ni aprender, ni sentir? Generalmente los que prohíben sin haber visto ni leído ni oído lo que quieren prohibir, sólo porque una película, un libro, una objeto de arte, calza en los moldes de lo que su mente rechaza por adelantado. Una mente donde no entran ni el aire, ni la luz.
Cuando el Vaticano puso en la lista de películas prohibidas la Dolce Vita de Federico Fellini, el cardenal del santo oficio que había dado aquella orden, cuando se le preguntó si había visto la película respondió que no, que él no veía basura. Y cuando en Cuba fue prohibida Guantanamera, la película de Tomás Gutiérrez Alea, el Comandante en Jefe, que la había atacado por la televisión, a la misma pregunta respondió lo mismo, que no veía basura.
De manera que ahora que se discute si los cristianos deben ver El código Da Vinci, y si es bueno o malo que vean la película, y si va a afectar sus conciencias o no, hay que recordar que nadie ha perdido nunca sus creencias ni su conciencia por ir al cine. Ningún adulto se ha tirado desde una azotea creyendo que puede volar, después de ver Supermán. Y no vengo en defensa de El Código da Vinci, que me parece un mal libro, aún como trabajo de imaginación, sino en defensa de la libertad de leer y de ver. Creo que es basura, al contrario de Madame Bovary, que es una obra de arte. Pero no he visto la película, y no puedo decir lo mismo. Es difícil que algo sea basura si está de por medio Tom Hanks.
Ni en base a mi creencia personal, ni en base a las creencias de nadie, se puede establecer reglas para los demás. Ni siquiera de lo que es respetable por su calidad artística, y de lo que debe ser echado a las llamas por ser basura. Las listas de lo prohibido son siempre medioevales. Es decir, son retrógradas, y oscurantistas.
Masatepe, mayo 2006.www.sergioramirez.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario