Quiero un país. Pero la historia de mi país no responde. Quiero pensar que aquí, un día, será posible vivir sin trampas, sin fantasmas, sin fieras. Quiero vivir en un país, no en un trozo de territorio parcelado en haciendas modernas llamadas bancos de solidaridad política. Quiero vivir en un país que modere la eficacia y desmenuce su deuda para saber cómo se repartió la estafa capital.
El Ecuador es un país sin eje. No gira. No se mueve. Su sistema democrático está manchado de elecciones libres de ética. Su columna estatal está paralítica. El soborno a una sociedad atrasada en ideas emancipatorias es cada día peor. El país no se mueve. Los giros políticos no responden a la renovación de un sistema participativo sino a los intereses del parasitismo político. No nos hemos actualizado en nada. Las “ideas” arman discursos que no se compadecen de la realidad social. Han convertido la pobreza en musa. La pobreza es una postal, una foto de la insalubridad pública. La pobreza es el negocio de la democracia latinoamericana. Todos osan combatirla. Todos quieren evaporarla. Pero hacerlo es un riesgo peligroso. Muy peligroso. El negocio democrático terminaría. Las causas sociales del populismo de las elites sería enterrado en el mismo sitio donde un día la tierra expulsó el líquido vital del Ecuador: el petróleo.
Ah el petróleo. El oro negro. Esa sustancia escatológica del mercado mundial. No nos sirve. O nos sirve para creer que somos ricos. Y que nuestra pobreza es una foto mal tomada, mal revelada y peor exhibida. Quiero un país pero el que tengo no es un país. Es un retrato hablado de un criminal en serie llamado voto obligatorio. Es un girón de tierra que no pare hijuelos de fruta virgen sino fantoches sin vergüenzas. En fin, un país en ciernes de morir ante la ausencia de un giro radical y en serio.Quiero un país que piense en su camino y que olvide su pasado. Que se sacuda del criollismo político engendrado en la colonia y perfeccionado en la república. Que destape las alcantarillas del caserón partidocrático y derrame el excremento del silencio cómplice por los canales de la farsa.
Quiero un país rebelde y una gente sin miedo aprendido. Quiero un país que acuda al parto múltiple de la vida y la lucha.
Quiero un país que examine su pasado y localice el tronco fundacional de su desgracia. Que rastree su pasado y ubique el abolengo de la muerte.
Quiero un país sin falsas glorias. Sin héroes. Sin fechas que clasifiquen la ficción de una historia aprobada por el criollismo postcolonial.
Quiero un país que rompa la esclavitud y la vergüenza de ser hijos, también, de la chingada criollista.
Es un país lejano, lo sé; pero sueño.
La construcción de un país así tardará porque tarde ha llegado la hora de buscar las piedras que alzarán la obra de la buena suerte. Porque tarde ha llegado la sombra de un sol que se impone.
Las piedras están en todas partes. Hay que reunirlas, pulirlas, pegarlas.
Quiero un país de piedra. Duro. Liso. Altísimo.
El Ecuador es un país sin eje. No gira. No se mueve. Su sistema democrático está manchado de elecciones libres de ética. Su columna estatal está paralítica. El soborno a una sociedad atrasada en ideas emancipatorias es cada día peor. El país no se mueve. Los giros políticos no responden a la renovación de un sistema participativo sino a los intereses del parasitismo político. No nos hemos actualizado en nada. Las “ideas” arman discursos que no se compadecen de la realidad social. Han convertido la pobreza en musa. La pobreza es una postal, una foto de la insalubridad pública. La pobreza es el negocio de la democracia latinoamericana. Todos osan combatirla. Todos quieren evaporarla. Pero hacerlo es un riesgo peligroso. Muy peligroso. El negocio democrático terminaría. Las causas sociales del populismo de las elites sería enterrado en el mismo sitio donde un día la tierra expulsó el líquido vital del Ecuador: el petróleo.
Ah el petróleo. El oro negro. Esa sustancia escatológica del mercado mundial. No nos sirve. O nos sirve para creer que somos ricos. Y que nuestra pobreza es una foto mal tomada, mal revelada y peor exhibida. Quiero un país pero el que tengo no es un país. Es un retrato hablado de un criminal en serie llamado voto obligatorio. Es un girón de tierra que no pare hijuelos de fruta virgen sino fantoches sin vergüenzas. En fin, un país en ciernes de morir ante la ausencia de un giro radical y en serio.Quiero un país que piense en su camino y que olvide su pasado. Que se sacuda del criollismo político engendrado en la colonia y perfeccionado en la república. Que destape las alcantarillas del caserón partidocrático y derrame el excremento del silencio cómplice por los canales de la farsa.
Quiero un país rebelde y una gente sin miedo aprendido. Quiero un país que acuda al parto múltiple de la vida y la lucha.
Quiero un país que examine su pasado y localice el tronco fundacional de su desgracia. Que rastree su pasado y ubique el abolengo de la muerte.
Quiero un país sin falsas glorias. Sin héroes. Sin fechas que clasifiquen la ficción de una historia aprobada por el criollismo postcolonial.
Quiero un país que rompa la esclavitud y la vergüenza de ser hijos, también, de la chingada criollista.
Es un país lejano, lo sé; pero sueño.
La construcción de un país así tardará porque tarde ha llegado la hora de buscar las piedras que alzarán la obra de la buena suerte. Porque tarde ha llegado la sombra de un sol que se impone.
Las piedras están en todas partes. Hay que reunirlas, pulirlas, pegarlas.
Quiero un país de piedra. Duro. Liso. Altísimo.
Carol Murillo Ruiz
Periodista y escritora ecuatoriana
15 de octubre, día de elecciones presidenciales en el Ecuador
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